Vol. 2,
N°22 (II Semestre 2015) – Foro Científico
Págs.
47-60
Facultad
de Ciencias Sociales, Universidad de Playa Ancha
Valparaíso,
Chile | e-ISSN 0718-4018 http://www.revistafaro.cl
Complacencias y desacoples temporales con la imagen-pueblo: Amuhuelai-mi (Marilú Mallet, 1972) y
Ahora te vamos a llamar
hermano (Raúl Ruiz, 1972)
Temporal indulgences and uncoupling with the
image-people: Amuhuelai-mi (Marilu Mallet, 1972) and
Ahora te vamos a llamar
hermano (Raul Ruiz, 1972)
Carlos Aguirre Aguirre
Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza, Argentina
aguirreaguirrecarlos@gmail.com
Recibido: 04 septiembre 2015
Aceptado: 10 diciembre 2015
Resumen La imagen-pueblo
del Nuevo Cine Chileno modula la idea de un tiempo homogéneo y lineal que
cancela la emergencia de las identidades disyuntivas y subalternas. Así, el cine revolucionario -desde una
negociación con una temporalidad no-sincrónica y configurando un artefacto
estético que instala al pueblo como identidad esencial- despliega una fuerza
uniformadora que limita la intervención performativa de la alteridad. Partiendo
de estas problemáticas, se analiza la relación de los cortometrajes documentales
Amuhuelai-mi (1972) de Marilú Mallet
y Ahora te vamos a llamar hermano
(1972) de Raúl Ruiz con el compromiso homogeneizador de la imagen-pueblo. Se
discute que mientras la obra de Mallet, desde una narración expositiva clásica,
consigue una inferiorización de los recursos expresivos del mapuche; en el
cortometraje de Ruiz priman las disyunciones polifónicas de la diferencia
cultural gracias a un ejercicio de traslucimiento
que se deriva de lo que su realizador definió como cine de indagación.
Palabras
clave Imagen-pueblo, Nuevo Cine Chileno, alteridad,
temporalidad, diferencia cultural.
Abstract The image-people of the New Chilean Cinema modulates the idea a homogeneous and linear time canceling the emergency of disjunctive and subaltern identities. Thus, the revolutionary cinema-from negotiation with a non-synchronous timing and setting an aesthetic device that installs the People as identity essentially displays a unifying force that limits the performative intervention of otherness. Based on these issues, the relationship of short documentaries Amuhuelai-mi (1972) of Marilú Mallet and Ahora te vamos a llamar hermano of Raúl Ruiz (1972) with the homogenizer compromise image-people is analyzed. It is argued that while the work of Mallet, from a classical exhibition narrative, gets an inferiority of the expressive resources of the Mapuche; in the film of Ruiz prevails the polyphonic disjunctions of a cultural difference through a traslucent exercise which is derived from what your film director defined as inquiry film. Key Words Image-people, New Chilean Cinema, otherness, temporality, cultural difference.
La imagen-pueblo y la
alteridad
La ruta por la cual
transitan las realizaciones del Nuevo Cine Chileno -colectividad de cineastas
que se ubican en un compromiso político e ideológico que culminó, y tuvo su
mayor alcance, con el triunfo de Salvador Allende el año 1970- no es aquella
que atiende a los conflictos étnicos-raciales y alegoriza enunciativamente las
secuelas heredadas del colonialismo –problemáticas que, por ejemplo,
moviliza a Glauber Rocha en su ensayo La
estética del hambre1- sino la de retratar las problemáticas de
un país dependiente, al rescatar e interrogar lo cotidiano y preocuparse por la
realidad de los sectores populares2. Según ha sugerido Nicolás Lema,
desde un análisis de los testimonios de los realizadores del Nuevo Cine
Chileno, previos a la elección presidencial de 1970, el realismo
cinematográfico al cual apuntaban los cineastas de aquel entonces se fundamenta
en la necesidad de una liberación cultural, a partir de un diagnóstico que
señalaba que lo real estaba cubierto
por un conjunto de estereotipos legados por un neocolonialismo que se había
apoderado de la cultura y del imaginario nacional (2006: 171). Este ejercicio
de aproximación a la realidad creemos que fogueó aquel principio que imagina a
un pueblo con capacidad redentora, que se emancipa buscando alterar la
ornamentación ideológica de lo existente, tanto en el espacio de lo cultural
como de lo político, y que desde sus cuerpos abyectos busca auto-afirmarse.
Aquella
auto-afirmación de lo popular es posible ubicar en las realizaciones del Centro
de Cine Experimental de la Universidad de Chile, las que desde su génesis, con
los trabajos de su fundador Sergio Bravo, se inclinan por una técnica
documental que fuese capaz de retratar la marginación social que sufrían las
clases populares del país. En palabras de Bravo: "Si, el Centro de Cine
Experimental, justamente, el experimento que nosotros nos planteamos
precisamente era eso, que era necesario utilizar el cine y las técnicas del
audiovisual y que podría contribuir a la recuperación de la identidad y sobre
todo hacer partícipe de este juego de imágenes a los personajes marginados,
olvidados" (en Orell, 2006: 138). Ejemplo de esto son los cortometrajes Testimonio (1969, Pedro Chaskel), que
muestra las condiciones de los habitantes del Hospital Psiquiátrico de Iquique
y Venceremos, del mismo realizador,
la cual, mediante un ejercicio que se emparenta con la propaganda política, es
una obra que hace suya la "causa popular". Según Carlos Flores del Pino, esta
conexión entre la vanguardia documental y el compromiso militante se debió
principalmente por la influencia que tuvieron los trabajos del documentalista cubano
Santiago álvarez en los jóvenes realizadores del Centro de Cine Experimental3.
La interrogación
del Nuevo Cine Chileno sobre la necesidad de construir una imagen que circulase
adecuadamente por el proyecto
revolucionario de la Unidad Popular, si bien es cierto que resolvió el dilema
entre un cine en que -siguiendo a Georges Didi-Huberman (214: 156)- los
figurantes quedaran sometidos a la mudez de su papel decorativo o fueran, en
cambio, los protagonistas de una estrategia de clase, no consiguió, en la mayoría
de sus producciones, escapar de las limitantes que imponía el esquema
evolucionista y trascendente de una modernización desarrollista que
(re)producía y construía alteridades. Nos referimos a que desde esta idea de un
cine revolucionario se desprende una imagen que, buscando desdibujar los
mecanismos técnicos visuales que se acoplaban a los perímetros de la persuasión
ideológica colonizadora, se apropió de identidades marginadas y minoritarias
subsumiéndolas en una continuidad temporal lineal, donde el presente es
modelado en presente-pasado, presente actual "ahora", presente futuro,
siguiendo la pregunta que se hace Jacques Derrida sobre si hay un presente para
"el espectro" (1998: 152). El imaginario de un pueblo redentor, así, se tradujo
en una homogenización temporal, donde los conceptos de "Clase" y "Pueblo"
instalaron el prototipo de nacionalidad, promovido por la modernidad
occidental, y clausuraron la apertura de espacios de significación capaces de
interrogar las jerarquías elaboradas por ciertos dispositivos de control de
subjetividades.
En consecuencia, si
realizamos un recorrido sucinto, podemos indicar que, en algunas películas de
fines de los ’60 y principios de los ’70, opera una distribución en oposiciones
formativas que tiene por requisito la cancelación de otras temporalidades al
ser dispositivos que privilegian una ética del compromiso. En Valparaíso, mi amor (1968, Aldo Francia)
y Voto + fusil (1971, Helvio Soto) se
puede ver una construcción narrativa consagrada en la imagen de un pueblo que
no agota las posibilidades de reemplazar la pesadumbre por una escenificación
del descontento revolucionario en las zonas de la micropolítica. En la obra de
Francia, el brutal acontecimiento que significa el encarcelamiento de Mario
para los cuatro menores que habitan un cerro de Valparaíso constituye la
oportunidad de alterar un poder disciplinario que los ha sometido a una pobreza
con rasgos endémicos. La secuencia donde Chirigua, uno de los hijos de Mario,
no duda en robar en la casa de la mujer burguesa que lo acoge momentáneamente,
se elabora la imagen de un pueblo que desconfía de la efectividad social de la
ayuda paternalista. Este acto se contrapone con la esperanza de María,
madrastra de los menores, la cual busca conseguir una ayuda económica estatal, tal como se refleja en la
secuencia donde una asistente social visita el hogar que habita junto a los
hijos del hombre apresado. Por su parte, en Voto
+ fusil se monumentaliza una acción revolucionaria que finalmente se
disciplina a las reglas del juego que proyecta el apoyo popular a la
candidatura de Salvador Allende. El conflicto que se establece entre el
protagonista de la obra, Marcelo, y los militantes del Partido Comunista, el
cual tiene como núcleo principal la estrategia revolucionaria del proletariado,
se disuelve cuando en el epílogo de
la obra se introducen imágenes de archivo que corresponden a la asunción de
Allende a la presidencia. La clausura de la subjetividad del protagonista cede
ante la ingeniería de un pueblo que se construye cinematográficamente en una
dimensión hegemonizada por la cultura militante.
Ante esto,
sobresale la pregunta de si ambas películas -en su construcción de una
imagen-pueblo que se auto-afirma en una mono-localización subjetiva sostenida
en la oposición binaria proletariado/burguesía- pretenden, mediante el rediseño
del significado de la acción revolucionaria, contener igualmente a una
identidad cultural otra. Tanto Valparaíso, mi amor como Voto + fusil, al igual que El chacal de nahueltoro (Miguel Littin,
1968) y Ya no basta con rezar (Aldo Francia, 1972), creemos que están
organizadas en identidades históricas que tienen como base una clasificación social -la de clase-
que excluye otras "construcciones intersubjetivas" introducidas por la estructura
colonial del poder. Esta última noción, introducida por Aníbal Quijano,
considera la existencia de discriminaciones sociales que, no siendo abolidas
con la derrota política del colonialismo, son codificadas e introducidas en una
modernidad articuladora de relaciones de poder excluyentes y racializadoras al
ser coetánea con la colonialidad. Lo que cabe, así, en la figura del pueblo que
viola los mecanismos disciplinarios de un estado paternalista y la del pueblo
que se emancipa en el espacio público, es un hermetismo fílmico que instala el
privilegio de la homogenización antes que esos cuerpos invisibilizados por el
vínculo entre la experiencia colonial y las relaciones sociales modernas.
Siguiendo este argumento, aquella diferencia colonial (Mignolo, 2003: 43) -que
se constituye desde la lógica de la inferiorización como un Ser-otro de la
modernidad- se resiste a ser
universalizada en la categoría de pueblo.
Esta no-traducción
en la imagen fílmica de las "emergencias intersticiales" (Bhabha, 2002: 18) nos
habla de una negación enquistada en la idea de un cine revolucionario que
negocia con determinado continuum histórico
que se troquela en base a inclusiones y exclusiones. Nos referimos a que el
realismo cinematográfico más purista organizó una máquina donde las
identificaciones culturales eran representadas en una estructuración binaria
del antagonismo social, operación necesaria para una temporalidad que se
pensaba como sucesiva y donde las inclusión de otras estrategias de
identificación era desventajosa para la imagen-pueblo que se pretendía
construir. Este esquema, que intenta reparar cierta subjetividad perdida por
los sistemáticos ataques a las conquistas de las clases populares antes del
triunfo de Allende, cedió a una moral comprometida que fue estéril ante la
emergencia de esas identidades disyuntivas y subalternas que no se ubicaban en
el lugar de la militancia clasista.
La poscolonialidad,
de forma elocuente, ha señalado que registrar "otros" tiempos de sentido
cultural y otros espacios narrativos (ibídem: 215), en el marco de la realidad
poscolonial, permite al subalterno exceder los mecanismos de objetivación y así
transformarse en sujeto de su experiencia. Esta tarea epistemológica, que se
inscribe en un sacar a relucir la pluralidad de voces de la historia que han
sido eclipsadas por la figuración moderna del Estado-nación, cristaliza un
desacople cognitivo -una tensión- de la estructuras del saber moderno
occidental, en tanto que es capaz de contener ese afuera dentro de la modernidad centrado en la diferencia. De algún
modo podemos señalar que, como ha destacado Gilles Deleuze, en relación al
surgimiento de los nuevos cines en América Latina, es Rocha quien desafía el
modelo ordenador colonizador al descubrir que son las fisuras y los fracasos de
un pueblo incompleto los que hacen que emerja un cine que habla, un cine del
acto de habla (1986: 293). Se trata entonces, apoyándonos en la propuesta de
Homi K. Bhabha, de un desplazamiento de lo cultural como objeto epistemológico
a lo cultural como sitio enunciatorio el que configura otros espacios de
significación que condensan nuevas estrategias del saber capaces de perforar
ciertos registros totalizados por la ideología hegemónica de los estados-nación
poscoloniales. Así es como, por ejemplo, Terra
em transe (Glauber Rocha, 1967) está poblada por diferentes partes de una
historia, por diferentes pueblos, en tanto que la cuidad de El Dorado representa la convivencia de
la diferencia, de esa diáspora que, en momentos, desconfía para después apoyar
a los líderes que prometen construir la patria sagrada.
La trama de
disyunciones y conflictos de esta problemática sobre la imagen-pueblo que
construye el Nuevo Cine Chileno creemos que logra asomar las hendiduras de la
huella represiva del colonialismo. La empresa emancipadora que delata el cine
político nos conduce a una certeza temporal en que la agitación palpitante y la
denuncia convierten al presente en una oportunidad para la redención. Desmontar
en la imagen fílmica aquella trama histórica que era mistificada por el Nuevo
Cine Chileno visibilizando a esas voces subalternas, subsumidas por el Estado,
es un ejercicio reflexivo, en parte epistemológico, el cual almacenaría
contradicciones, tropiezos y desencuentros que trastocan la sensibilidad de
este imaginario.
Amuhuelai-mi
Philip Derbyshire
en un texto sobre el trabajo documental de Jorge Prelorán se cuestiona la
homogenización del presente que elabora La
hora de los hornos (Octavio Getino, Fernando Solanas, 1969) -uno de los
referentes del cine militante en América Latina- concentrándose en la famosa
imagen del funeral indígena en el cementerio de Juella en Jujuy incorporada en
la obra. El autor lee acá un ejercicio que subsume a la diferencia de los coyas mediante la puesta en escena de
una voz en off que suprime a una
cultura que emplea otras formas de negociar con la muerte. "La propia otredad
estética de la ceremonia está allí a modo de acusación, confeccionada por la
voz en off que habla contra la imagen
más que desde ella" (en Ansa Giocochea & Ariel Cabezas, 2014: 241).
Derbyshire, prosiguiendo en su análisis, logra dar cuenta de cómo la película
de Getino y Solanas termina por revitalizar un esquema desarrollista clásico
que desplaza, en un juego de distribuciones jerárquicas, a la diferencia
colonial al lugar de la alienación capitalista. Así, bajo esta práctica
subalterninzadora, el coya se asume
como el resto sobrante de una lejana pre-modernidad.
Si constatamos que
el recurso de la voz en off encapsula
un ejercicio autoritario, podemos meditar, ampliando sutilmente el estudio de
Derbyshire, que el contenido estético
de La hora de los hornos configura el
narcisismo de la modernización capitalista. Desde esta idea, la diferencia
parece rehusarse a seguir los dictámenes del progreso, ya que sucumbe ante un
localismo pre-capitalista que la transforma en una identidad ausente. Se
sostiene, pues, la imagen de un mundo poscolonial que es consumidor perpetuo de
la modernidad y el progreso, y que en su búsqueda incesante por superar las
consecuencias del subdesarrollo, se empecina en integrar a la diferencia en un
todo sistémicamente estructurado. Lo paradójico de esta operación, sin embargo,
es justamente cuando este ejercicio se puede cuestionar desde el siguiente
enunciado de Walter Benjamin. "El concepto de progreso cabe fundarlo
en la idea de catástrofe. Que todo siga ‘así’ es la catástrofe.
ésta no es lo inminente cada vez, sino que es lo cada vez ya dado." (2008: 292)
La problemática que
abre la reflexión de Derbyshire conviene a nuestro objetivo de analizar el
corto documental Amuhuelai-mi4 (1972) de Marilú Mallet como un filme
en el cual se construye un espacio-tiempo homogéneo lineal que termina por
subsumir a la alteridad en los criterios de la imagen-pueblo del Nuevo Cine
Chileno. La mirada sobre el indígena, al
negociar con el diseño predominante de la identidad popular, tiene como
factor indispensable una codificación temporal donde la emergencia de esa
identidad otra queda fijada en los
retazos de la epopeya revolucionaria de la vía
chilena al socialismo. Como si el subalterno homologara su subjetividad en
la nueva etapa histórica que inauguraba la Unidad Popular.
La obra activa esta
figuración del mapuche mediante aquello que Bill Nichols define como un pacto
de negociación entre el texto y el referente histórico capaz de minimizar las
dudas ante la autenticidad, cuando se refiere al realismo del cine documental
(1991: 217). Esta construcción, a su vez, se sostiene gracias a un montaje que
permite una reiteración paulatina de pruebas -gesto que sugiere una cercanía
con el documental expositivo clásico según la tipología ofrecida por Nichols-,
ejercicio que se reafirma con una escritura al estilo de un cine político que
busca confinar, tal como indica Carlos Ossa, las cosas en perímetros y cuadros
seguros (Ossa, 2014: 137).
En Amuhuelai-mi da la impresión de que se
encarga de revelar un presente donde la identidad indígena está confinada a
soportar los mecanismos de opresión tanto del campo como de la cuidad, y es
este último espacio el que ofrece nuevos albergues políticos que hacen posible
redimirla. La obra abre presentando la pintura de un hombre obeso desnudo
acompañado de una opinión en off del
vicepresidente del Partido Nacional sobre la situación del pueblo mapuche. Este
testimonio creemos que da cuenta de una figura invisible que logra encarnarse
en una imagen-pintura que evoca la apariencia de un ausente y así localizar el
prejuicio ideológico que cruza a la declaración escuchada. La voz del hombre
cuenta que hasta que llegaron las ideas marxistas a Chile el pueblo mapuche
estaba trabajando de forma tranquila en sus respectivas comunidades, que los
campos están abandonados porque el mapuche es ocioso y que la mitad de los
indígenas no son honrados ni trabajadores. La cuestión de la "materialización"
de la voz en off en la imagen del sujeto robusto parece
ser central en este ejercicio inicial ya que, a su vez, podemos observar que la
falta de prudencia de este relato se activa gracias a que la desnudez de la
imagen pintada actúa como una ausencia de límites pulsionales. Es desde este
juego de operaciones con las que se inicia el documental, donde Mallet se
enfoca en convertir a la pintura en una prueba inicial capaz de potenciar su
argumento posterior. Como señala John Berger, "Un film que reproduce imágenes de un cuadro lleva al
espectador, a través de la pintura, hasta las conclusiones del realizador. El cuadro presta su
autoridad al realizador del film." (2005: 33).
Las imágenes
siguientes reflejan la dimensión cotidiana de las comunidades mapuches, las
cuales funcionan como contrapunto del relato anterior. Todo transcurre en el
tejido, la cosecha, el arado y el juego de los niños en los campos del sur de
Chile. Los planos generales que reflejan la vida tranquila, silenciosa y
pacífica del indígena, pierden sutileza cuando se incorporan primeros planos
que exhiben el pie de un hombre con un zapato destrozado y los pies descalzos
de un niño en una escuela rural, imágenes que logran resaltar los efectos
devastadores del latifundio. Esta primera confección del mapuche suele estar
acompañada por intertítulos que aportan datos sociodemográficos sobre los
altos niveles de analfabetismo, la
desigual distribución de las hectáreas cultivables y la escasez de recursos
materiales en la localidad de Cautín, y por voces en off de los indígenas
que relatan las precarias condiciones en que viven.
Puede asegurarse
que esta primera organización de la alteridad desencadena una exposición
ordenada desde una inferiorización de los recursos expresivos de la cultura
mapuche. Si bien es posible constatar que las voces en off introducidas, en este primer bloque del documental, son
historizadas a partir de la exposición de los cuerpos maltrechos y la
cotidianidad del indígena, procedimiento que se distancia del ejercicio con el
que abre la obra, la incorporación de intertítulos -recurso que se repetirá
posteriormente- desacredita la elaboración discursiva propia del otro. En
cierto sentido, estas operaciones hilvanan tanto la narración expositiva clásica
en la que se articula el cortometraje, como una hegemonía de cifras oficiales
que sepultan la significación de formas de conocimiento intersticiales
(Castro-Gómez & Grosfoguel, 2007: 20), como esa práctica textual que
Gayatri Chakravorty Spivak describe como cuando pretendiendo solidarizar con la
subalternidad, esta corre la suerte de ubicarse en un discurso análogo a la
narrativa que pretende combatir5.
La familiarización
de esta mirada sobre el indígena con la imagen-pueblo del Nuevo Cine Chileno,
entonces, en este primer bloque, tiene que ver con un ejercicio en que la
imagen testimonial de la alteridad queda deshabilitada por un vaciamiento de su
capacidad interpelativa mediante la delimitación de su enunciado. Este elemento
se intensifica en el segundo bloque de la obra, donde la fuerza uniformadora
del espacio-tiempo lineal que se traza, afirma una identidad histórica de
pueblo que silencia al mapuche como sujeto diferenciado.
La relación
argumental entre ambas partes de la obra se establece gracias al último
intertítulo del primer bloque el cual señala que aunque el mapuche gane un
juicio contra el usurpador no recupera su tierra. Este perverso artilugio legal
lo lleva a emigrar a la cuidad. Así, abruptamente el canto en mapudungun, que
funciona como música extrediegética del primer bloque, es reemplazado por una
melodía ambiental, y las imágenes de los indígenas en los juzgados de indios y
en el campo por imágenes de sitios urbanos. La rápida instalación de la
dimensión espacial lineal modula un transito progresivo donde el mapuche toma
contacto con la investidura laboral de la ciudad y con el universo discursivo
militante de la Unidad Popular. El desplazamiento de una forma de esclavitud
agraria y una forma de esclavitud asalariada tiende a incorporar a las masas
indígenas a la acción revolucionaria, si seguimos la línea argumental del
cortometraje. Así lo refleja la voz en off
de un dirigente sindical que describe las condiciones laborales de los mapuches
que trabajan en las panaderías y que finalmente les hace un llamado a que se
incorporen a los sindicatos. El juego de imágenes intercaladas de la rutina
laboral de los obreros y de los lugares donde habitan tiende a reforzar la
perspectiva de que el problema del indígena, y en este caso de restitución de
las tierras, es un problema de relaciones de producción y no un problema
reservado a su autodeterminación.
Volviendo a la
discusión que nos interesa, la temporalidad reglamentada linealmente, que
predomina en Amuhuelai-mi,
esquematiza una clausura del tiempo denso y heterogéneo del mundo poscolonial
-espacio real de la vida moderna, según Partha Chatterje6-, problema
que se traduce en un la figuración de una alteridad estéril que se encuentra
abortada en su capacidad de desestructurar el compromiso moral homogenizador de
la imagen-pueblo del nuevo cine chileno.
Al anularse el espacio contradictorio y ambivalente del otro, se configura la
fijeza de una imagen-pueblo que se piensa como identidad esencial capaz de
legitimar las demanda de las comunidades, su temporalidad, su lógica e idioma.
La identidad histórica de pueblo
queda así presa de su mito moderno bajo una normalización en la que no se puede
redefinir ni negociar con su intertextualidad. De esta forma, se construye una
diégesis en la cual la diferencia cultural queda reglamentada en una
trayectoria evolutiva, donde la Unidad Popular no sólo es la superación del
capitalismo, sino también una empresa donde el otro queda escindido de su
enunciación.
La obra finalmente
pone en escena una serie de imágenes de movilizaciones indígenas en apoyo al
gobierno de Allende. Estas son matizadas con primeros planos de titulares de
prensa que aluden a expropiaciones realizadas durante la Unidad Popular y
carteles con consignas que reclaman el derecho a la tierra. La más
significativa de estas imágenes es aquella con que cierra el documental, donde
se muestra la marcha de un tren que, en su exterior, tiene escrito "Campesinos
de Lautaro junto a su Presidente Allende". Esta estrategia tiende cerrar esa
identidad que construye la obra. La marcha del tren parece activar un trayecto
revolucionario en la que se borran las fronteras entre el sujeto campesino y el
mapuche. La precisión con que esta escena define los sujetos de cambios
promovidos por la Unidad Popular nos hablan de una grieta que siendo cobijada por la hazaña socialista consigue
refugiarse en una gramática visual que pretende proyectar la ausencia de
fisuras programáticas y un artefacto estético solidario con los sujetos
expoliados. Esta forma de exhibir el acontecimiento, sin embargo, ocultaría un
presente que nos es simplemente "transitorio", tal como lo observa la reflexión
Derbyshire que discutíamos al principio de este apartado.
Ahora te vamos a
llamar hermano
El cortometraje
documental Ahora te vamos a llamar
hermano7 (1972) sugiere no sólo una distancia con la
imagen-pueblo del Nuevo Cine Chileno, sino que también, y desde nuestro
objetivo, una confirmación de aquello que su realizador, Raúl Ruiz, define como
cine de indagación, concepto que explica
un repertorio fílmico en el que predomina la atención a una cotidianidad que se
encuentra sujeta a la disgregación y las deslocalizaciones. La aparición de los
distintos regímenes temporales del campo revolucionario en la obra que acá nos
preocupa, hacen del presente un momento atrofiado, en el que priman las
disyunciones polifónicas de la diferencia cultural y su intervención
performativa (Bhabha Op. Cit). En
consecuencia, el cine de indagación8,
en la búsqueda de privilegiar "el momento atonal,
el momento de desentona con respecto
a cualquier composición cultural" (Villalobos-Ruminott en Ansa Giocochea &
Ariel Cabezas Op. Cit: 299) erosiona el tiempo no sincrónico y relativiza la
textura organizacional reglamentadora de la narrativa militante. Para efectos
de ubicar la estrategia disyuntiva de este cortometraje en relación a los
límites temporales que elabora imagen-pueblo, vemos fundamental atender al
ejercicio de traslucimiento que se deriva del cine de indagación.
Si reconstruimos
sucintamente las discusiones sobre el realismo cinematográfico señaladas por
Siegfried Kracauer en Teoría del cine,
es interesante notar en lo que él llama medio
cinemático un emplazamiento de las facultades fotográficas de la imagen
fílmica y sus elementos formativos. Así, para el autor, el sustrato de ese
rescate de la realidad física que activa el realismo cinematográfico es
invocar, de forma generosa, lo letárgico y disperso de la vida material. "El
cine vuelve visible lo que no vimos, o quizás no pudimos ver, antes de su
advenimiento. Nos ayuda de manera efectiva a descubrir el mundo material con
sus correspondencias psicofísicas (…) Sus imágenes nos permiten, por primera
vez, aprehender de los objetos y acontecimientos que comprenden el flujo de la
vida material" (1989: 368). Se puede concluir que el entusiasmo que revela el
realismo cinematográfico de Kracauer conduce a cierta codicia neorrealista en
su búsqueda por acceder a lo que ha sido borrado por la organización hegemónica
de los sensible, sin embargo, conviene subrayar, que hay una distancia no menor entre su propuesta
con aquella del cine directo de matiz neorrealista. De acuerdo con Kracauer, conseguimos
reconocer que el registro fílmico de los pliegues anulados por el mundo
material descansa en un desdoblamiento de lo enunciable que, a su vez, lo dota
de una corporalidad cinemática. Un cierto realismo que se pregunta por su
eficacia de iluminar lo eclipsado y hacer móviles los espectros ubicados en los
márgenes de lo cotidiano, y que creemos que se distancia de la retórica
conmovedora y la alegorización de un presente despiadado a la que se dispuso el
neorrealismo9.
Explicar el traslucimiento que impone el cine de indagación de Ruiz desde las
observaciones de Kracauer, es una cuestión que creemos fecunda, en la medida
que agencia una mirada sobre un realismo cinematográfico más amplio y radical
donde su articulación está tensionada por una necesidad de develar
fundamentalmente lo invisible. Ruiz nos dice: "El deseo de ver otra cosa, pasar
a otro acontecimiento, que uno sienta la tentación de desviar los ojos del
cuadro y, deseos de ver, a través de lo visto, algo muy concreto que está en
otro lugar también muy concreto. Si abstraemos mucho, podemos decir que el cine
tiene por objeto combatir a la naturaleza. Matar todo lo que fotografía.
Alcanzar con otros grados de visión mística"10. En tal caso,
interesa notar que el cine de indagación
busca traslucir y restituir la
corporalidad compleja y anómala de gestos, signos, hábitos que forman parte de
una conducta social colectiva, y que -en su tráfico oculto e inconsciente-
atienden a lo que Ruiz ha preferido llamar cultura
de resistencia11 como una dislocación de aquella cultura oficial
que en un primer momento se pretende rehusar, por lo mismo resistir, pero que finalmente deviene en una adecuación a esos
hábitos ilógicos que reflotan en lo cotidiano. Se trata así de un cine que
deshabilita el modelo del documental social y el Nuevo Cine Chileno al
perturbar las perspectivas estéticas canonizadoras del presente revolucionario
e instalar una negociación de
sentidos y valores culturales que se están abriendo continuamente exponiendo
los límites didácticos de la imagen-pueblo.
El esfuerzo por
atormentar el imperativo uniforme de la narrativa militante es adscrito desde los inicios de Ahora te vamos a llamar hermano, cuando lo medular son esos pasados
resquebrajados que se conglomeran en la espontaneidad de los relatos que
integran una comunidad mapuche de Temuco que espera la visita de Allende el 28
de marzo de 1971, día en que el mandatario firma el proyecto de la llamada "Ley
Indígena" n°17.729. La administración dramática no causal, favorecida por una
yuxtaposición fragmentaria de los diálogos e imágenes, invoca diversas
construcciones de la alteridad capaces de desequilibrar la fijeza de sus
identificaciones singulares. Así, por ejemplo, la veloz variación entre planos
generales y medios con los que abre la obra, trastocan la presencia de lo que
parece ser una voz en off en
mapudungun que repentinamente se encarna en la figura de un Mapuche anciano
acompañado de su familia, el cual reclama más hectáreas cultivables y narra las
asperezas de su despojo. En la escena donde el veloz zoom in de la cámara se concentra en el rostro de su esposa, diagrama un
breve fuera de campo donde la oralidad del anciano articula una conexión
enunciante que sincroniza la polifonía desconcertante de la diferencia.
Este juego de
distintos niveles expresivos, podemos agregar, implica tejer una captura de la
diferencia colonial que desborda la uniformidad envolvente de la imagen-pueblo.
En cierto sentido, la multilocalización del mapuche en la que se concentra la
obra consigue configurar un itinerario discursivo irreductible en a los
prototipos que instaura la categoría de pueblo, neutralizando así la idea de
una identidad cultural indiferenciada. El melancólico e improvisado canto
mapuche que el anciano y su esposa entonan para Allende mientras observan la
cámara, pone en evidencia la densidad histórica del indígena y altera toda significación homogénea. Esta escisión
temporal localizada en la contradicción interna del proyecto Estado-nación, y
que, a su vez, interpela al proyecto socialista, fragua una imagen disyuntiva
del mapuche desde la cual es posible recoger su contingencia e identificar su
reparo ante la soberanía blanca. Asimismo, el encendido discurso del joven
indígena que reclama la restitución de las tierras, al no clausurar la
naturaleza intersticial de su espacio, logra apropiarse de una trama histórica
que deambula entre la subversión y el enmudecimiento para así instalar una
negociación afectiva con el proyecto revolucionario.
Por su parte, los
signos y símbolos que se constituyen como temporalidades ambivalentes en Ahora te vamos a llamar hermano entran
en un conflicto dialógico con la cohesión social-popular que abriga el trayecto
socialista. Frente a la multitud que se moviliza hacia la concentración que
recibirá a Allende, la imagen de un mapuche que de forma minuciosa sella el
sobre de una carta que va dirigida al mandatario o aquella de un hombre que
baila al ritmo de la melodía de los cultrunes, presentan una subjetividad
intratable -o que se resiste a ser contenida- dentro de las modulaciones
culturales-militantes de la Unidad Popular. El acontecimiento, acá, es torcido,
e incita a que la alteridad perfore la fuerza cultural que abrigan las figuras
retoricas modernas –"alfabetización", "ciudadanos", "pueblo"- que se
perfilan en el discurso de Allende que se muestra en el cortometraje.
El devenir trascendente al cual se acoplaba el
Nuevo Cine Chileno, al entronizar la auto-afirmación de lo popular, bloquea el
impulso significante de la diferencia situándola en un espacio no sincrónico
desde donde la estética fílmica del cine revolucionario puede celebrar la
osadía de esos cuerpos despojados que se movilizan. En Ahora te vamos a llamar hermano los múltiples pliegues de estas
experiencias subyugadas re-inscriben y re-significan el escenario compacto y
espeso del proceso socialista.
La imagen final de
la obra, donde el anciano mapuche nuevamente aparece cantando y que ahora llama
a Allende "hermano" y "amigo", congrega la imagen doliente del indígena. La
cámara desatiende su rostro, desplazándose a sus piernas y sus brazos. Su
cuerpo encorvado se mueve levemente a medida que improvisa su canto. Debido a
como esta escena la da una vida circulatoria al pasado, haciendo del presente
algo disyuntivo -combinando
tensiones, pausas, desfases temporales y yuxtaposiciones metonímicas-, vale
para la misma lo que señala Benjamin en su Tesis II de Sobre el concepto de historia: "El pasado trae consigo un índice
secreto que lo remite a la redención." (Lö
wy, 2002: 54).
A modo de cierre
El devenir de las
"emergencias intersticiales" parece ser un tema que la imagen-pueblo codifica
en el asedio de una visualidad donde las diseminaciones del presente adquieren
una corporalidad a partir de salvedad que ofrece progreso revolucionario. Sin
embargo, esta uniformidad evidencia la presencia de un aquello que es intratable bajo estos parámetros. Nuestro análisis
ha estado empujado por la necesidad de presentar al otro como algo
distinguible, sin caer en la sacralización de su capacidad performativa.
Si Amuhuelai-mi estandariza a la alteridad
en las convenciones de la esperanza popular, Ahora te vamos a llamar hermano la hace dialogar -desde su
potencial enunciante- con la figura del pueblo y logra así profanar la
autoridad iluminadora que le asigna el Nuevo Cine Chileno. Creemos que este
problema no se tranquiliza acá, pero si abre la posibilidad de reflexionar aún
más, sobre esos significantes dislocados que no se pueden inscribir en la
estética del compromiso.
Notas
1 Ver José Carlos
Avellar, Glauber Rocha, Madrid,
Cátedra, 2002.
2Al respecto, Juan
Pablo Silva y Valentina Rurich señalan: "En oposición a este cine chovinista,
estereotipado, estigmatizante y propagandístico, surgieron un conjunto de
películas que ayudaron a consolidar a un Nuevo Cine Chileno. Este cine estuvo
compuesto por una multiplicidad de formas de enfrentar la práctica cinematográfica,
pero tuvo como elemento característico la construcción de discursos fílmicos
acerca de las problemáticas sociales que experimentaba el país, principalmente
ligadas a los sectores populares." ["Emergente, Dominante y Residual. Una
mirada sobre la fabricación de lo popular realizada por el Nuevo Cine Chileno
(1958 -1973)", Revista AISTHESIS N°47
Instituto de Estética-Pontificia Universidad Católica, Santiago, 2010, p. 71.].
3 Sobre el tema
véase Claudio Salinas Muñoz y Hans Stange Marcus, Historia del Cine Experimental de la Universidad de Chile 1957-1973,
Uqbar, Santiago, 2008.
4 El documental
lleva como subtítulo en español Ya no te
irás y se realiza cuando su directora ingresa a trabajar al Departamento de
Cultura del Ministerio de Educación de la época.
5 Ver Gayatri
Chakravorty Spivak (Apostilla de Topuzian, Marcelo), ¿Puede hablar el subalterno?, Buenos Aires, Cuenco de la plata,
2011.
6 En relación a esto
consultar Partha Chatterjee, "La nación en tiempo heterogéneo", en Partha
Chatterjee (ed.), La nación en tiempo
heterogéneo: y otros estudios subalternos, Buenos Aires, Siglo XXI, 2008,
pp. 57-88.
7 Se recomienda
revisar el acápite "Por un cine de indagación" del libro que edita Bruno Cuneo
el año 2013 que reúne dos entrevistas a Raúl Ruiz antes de su exilio tras el
golpe de Estado de 1973. En estos documentos se pueden inferir algunas ideas
claves para entender el cine de
indagación.
Es importante
señalar que hace algunos meses se ha descubierto un manuscrito inconcluso sin
fecha titulado "El cine no de un bibho: Cuatro temas y dos ejemplos", que se
encuentra depositado en el "Archivo Ruiz-Sarmiento" del Instituto de Arte de la
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Chile, donde Ruiz improvisa los
primeros pilares teóricos de este concepto.
8 Se recomienda
revisar el acápite "Por un cine de indagación" del libro que edita Bruno Cuneo
el año 2013 que reúne dos entrevistas a Raúl Ruiz antes de su exilio tras el
golpe de Estado de 1973. En estos documentos se pueden inferir algunas ideas claves
para entender el cine de indagación.
Es importante
señalar que hace algunos meses se ha descubierto un manuscrito inconcluso sin
fecha titulado "El cine no de un bibho: Cuatro temas y dos ejemplos", que se
encuentra depositado en el "Archivo Ruiz-Sarmiento" del Instituto de Arte de la
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Chile, donde Ruiz improvisa los
primeros pilares teóricos de este concepto.
9 Carlos Ossa en El ojo mecánico. Cine político y comunidad
en América Latina discute estas características como elementos que
configuran un modernismo estético crítico, obsesionado en observar la
politicidad de lo visual, que se puede observar en Roma, ciudad abierta (1945, Roberto Rossellini), uno de los filmes
más significativos del neorrealismo italiano. [Carlos Ossa Op. Cit. p. 73.]
[1] Raúl Ruiz,
Entrevista. Manuscrito sin fecha depositado en el "Archivo Ruiz-Sarmiento" del
Instituto de Arte de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Chile.
Consultado el 21/07/2014.
10 Raúl Ruiz, Entrevista.
Manuscrito sin fecha depositado en el "Archivo Ruiz-Sarmiento" del Instituto de
Arte de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Chile. Consultado el
21/07/2014.
11 Ver Enrique Lihn,
"Diálogo con Raúl Ruiz por Enrique Lihn", Atenea, N° 500- II
Sem, Concepción, 2009, pp. 265-279.
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