A ESCRIBIR DESDE LA “SABIDURÍA FEMINISTA” MÁS ALLÁ DEL MAYO 2018

Con la irrupción del movimiento estudiantil universitario feminista pidiendo “Educación no sexista”, en el denominado Mayo 2018, protagonizando tomas, paros y movilizaciones que no han dejado a nadie impasible, marcaron un punto de inflexión que genera preguntas aún sin respuesta, que se unen en la senda del movimiento “Ni una menos”, en el marco de la campaña impulsada desde la ONU, “UNETE para poner fin a la violencia contra las mujeres” que afecta, sobre todo, a América Latina[i]. La marcha convocada por el 8M en marzo del 2019 como destacan Ibáñez Garrido y Stang Alva (2021). “Y Las Tesis, el colectivo chileno que globalizó la lucha feminista”, titula la Agencia Andolu. Colectivo oriundo de Valparaíso, que se hizo mundialmente conocido en 2019, con su canción “Un violador en tu camino”, que fuera interpretada en decenas de países y traducida a varios idiomas para denunciar la violencia a la que están sometidas a diario millones de mujeres y la impunidad que enfrentan por parte de las instituciones. Todo ello muestra un vigor insospechado en el planeta que equivale, en su conjunto, a una Cuarta Ola Feminista, cuya característica principal sería su emergencia desde las bases, ya no fue solo el impulso desde las academias o de los centros de estudio y, no cabe duda, que las alarmas del androcentrismo de preferencia en los ámbitos universitario, literario, político y social enciendan sus luces rojas, en una sociedad en donde un cierto número de la elite masculina acostumbra a entregar su veredicto canónico frente a las voces disidentes. Sea ‘la Cuarta Ola’ o el ‘Nuevo Ciclo Feminista’, podemos afirmar que, tal como sostiene Ximena Goecke, “este movimiento nunca fue tan visible, masivo y pluriclasista como en la actualidad y nunca tuvo, como si lo tiene hoy, en el epicentro protagónico a Latinoamérica” (Le Monde Diplomatique, abril 2019, p.6).

Múltiples son los análisis, Fabiola Ibáñez junto a Fernanda Stang proponen “que el feminismo pued(a) ser entendido como un hilo de continuidad que hace inteligible esta serie de procesos que, de otra manera, no podrían ser interpretados: nuevas formaciones y subjetividades políticas, que emergen del desborde de la institucionalidad”[ii]. “Lo que constituye una novedad es la composición, fuerza y alcance del movimiento”, sustancia Goeke. Que los feminismos son un movimiento político no cabe duda, escrito en las pancartas, en las consignas, en esas voces que manifiestan con claridad que su búsqueda es la transformación radical de las relaciones de poder entre hombres y mujeres, no es solo la reivindicación del control del cuerpo propio. En esa dirección, hay que centrar el análisis en ese poder que cuestionan los feminismos, no es solo reivindicar el control político del propio cuerpo, en el fondo es trastrocar el orden del poder, hacia crear una nueva relación entre los sexos, lo que supone un “cambio civilizatorio”. La heterosexualidad es el ancla del orden social patriarcal y cuando hablamos de patriarcado decimos que este orden social hace referencia a una distribución desigual del poder entre hombres y mujeres, basado en la creencia que somos inferiores biológicamente, en la cual los varones tendrían preeminencia, relaciones regidas por la opresión y basadas en el sexo, orden social instalado en Grecia alrededor de los siglos IV y V a C. Es la matriz occidental tatuada sobre nuestros cuerpos y que, en nuestras sociedades, se inscribe en la modernidad bajo la férula de los estados-nación en un conjunto de leyes y un estatuto jurídico que determina nuestra subordinación a veces de forma solapada o a veces abiertamente: un contrato sexual impuesto y un contrato social que lo santifica. Los feminismos desde las intervenciones sociales siempre “requiere(n) desafiar los géneros (sexuales, literarios, disciplinares) con el objetivo de conectarse y establecer alianzas que constituyan una crítica común al canon masculino” (Díaz, Jorge, 2018, p.49).[iii] “Un verdadero destape profundamente cultural”, afirma Kemy Oyarzún, “este vuelco simbólico sacude la heráldica de instituciones patriarcales por excelencia: la ‘sagrada’ familia heteronormativa, la educación sexista, la Iglesia” (2018, p: 101). La deuda observada por Oyarzún es que “los medios de comunicación no son emplazados y quedan libres de cuestionamientos en el Mayo 2018, medios que aún no logran producir un vuelco (p.101). La consigna anti patriarcal toma sentido cuando interpelamos la hegemonía de este sujeto moderno, europeo, racional e ilustrado, de raza blanca, hombres heterosexuales cisgénero, que, con su discurso falogocéntrico, presume hablar en nombre de todes con voz única, pretendidamente universal y neutra, elite que postula su propia verdad absoluta y que reduce, así, todas las diferencias culturales y a todas las voces disidentes a su propia unidad. Violencia ejercida desde la familia, ese núcleo primario sobre el cual se asienta todo el sistema bajo el principio de la heterosexualidad obligatoria, impuesta en Occidente y que hoy defienden, descaradamente, los grupos de ultraderecha y religiosos que denostan la “ideología de género”[iv] predicando un fanatismo patriarcal militante que parecía haberse extinguido y que, según ellos, estaría poniéndose en riesgo la “armonía con la respectiva identidad biológica de sexo”[v].

Cruzar este análisis bajo la mirada de la categoría analítica de la interseccionalidad es indispensable y hoy está en el centro de la teoría política de género, en razón de que derivan exclusiones que tanto el movimiento feminista como las políticas de igualdad de género afectan a mujeres otras que se encuentran en la intersección de diferentes desigualdades (etnicidad, orientación sexual, diversidad funcional, raza, edad), estudios desarrollados en la década de los 80’, (Hooks, 1981; Hill Collins, 1991) y retoman más fuerza -según Emanuela Lombardo y Mieke Verloo (2010) a partir del análisis de Crenshaw (1989) sobre interseccionalidad estructural y política[vi]. Nos convoca a una reflexión sobre las dinámicas de privilegio y exclusiones que surgen en el punto de intersección entre distintas desigualdades. No obstante, Oyarzún a propósito del Mayo 2018 “problematiza” acá un cambio nada despreciable que principia “una perspectiva feminista decolonial, interseccional, al reinsertar a Chile en una geodésica de norte-sur” (p.100)[vii]. Dramático ejemplo en Chile: “Joanne Florvil: un caso de violencia y racismo institucional” (El Mostrador, 30.09.2022). Jeanne Florvil, una mujer de 28 años, afro-descendiente haitiana, a quien ese racismo institucional le costó la vida y ahí el movimiento feminista chileno brilló por su ausencia. “El macro tema es la violencia cruzada por el género”, como insiste Sibila Sotomayor (Las Tesis).

Para Jeanne Florvil no hubo marchas.

Ese cuerpo ultrajado da cuenta de que aún nos falta mucho

Y que para nosotras, feministas, no todos los cuerpos valen igual.

UN LLAMADO A ESCRIBIR NUESTROS PROPIOS DISCURSOS

En el libro “El pensamiento heterosexual” (1992), su autora, la pensadora feminista y poeta lesbiana Mónica Wittig hace un llamado “a que escribamos nuestros propios discursos” (Díaz, 2018, p:50), a levantar nuestra red con voces críticas que hilen un nuevo tejido, ramificando profundos caminos de provocación política consistente y corpórea, reivindicar la escritura y nuestras voces, que acreciente nuevos puntos de vista y cree significados alternativos a las ideas clásicas de familia patriarcal o de reproducción como horizonte de vida. Nuevos discursos para enriquecer nuestras voces en una larga saga de investigadoras y feministas que indaguen modos alternos de habitar nuestra sociedad: voces que no descansen en pos de disputarle el cetro a esa única voz patriarcal que alega ser la única voz válida, que satanizan nuestras miradas. “Es un desafío indispensable”, afirma Wittig (p.50). Que enfrente a una escritura que se asienta en el “predominio de la razón y la abstracción en el proceso cognoscitivo”, como dice Lucía Guerra[viii]. Escritura que se alimenta en la herencia cartesiana expresada en la dualidad cuerpo/alma, en la abstracción y la neutralidad, en donde a la mujer se la arrincona, en donde asimila mujer a cuerpo, a materialidad, dejándonos al margen porque no seríamos voz del espíritu-alma, reduciendo nuestra vida al ámbito doméstico. En Chile esta urgencia la subraya Julieta Kirwood, quien “pone en evidencia la historia política de las mujeres en Chile”, para Alejandra Castillo, Kirwood “reconoce la escritura feminista de otras sin pretensión de excepcionalidad”. Escritos en la sombra producto del “universalismo historiográfico masculino”. Distancia su escritura del “positivismo” que la herencia colonial dejó asentada en las universidades chilenas, sino que ella “narra una posible historia de la política de las mujeres desde la sabiduría feminista” (Castillo 2018, pp.40-41-42). El desafío está en escapar de un lenguaje normado en una sociedad bajo el modelo patriarcal y un lenguaje colonizado. Simbólicamente en el Génesis cristiano, como señala Josefina Ludmer, Dios le dio a Adán-hombre la tarea de nombrar todas las cosas.

Lo supo la poeta Stella Díaz Varín cuando en su poema La Palabra

Ella dice: “Vencida y condenada por no encontrar la palabra”.

Índice global de brecha de género Chile 2022. Nuestro país tiene una brecha de género del 73.6%. Y Chile queda ubicado en el lugar 47 del total de 155 países en el ranking de brecha de género, que mide el tamaño de la desigualdad de género entre hombres y mujeres en la participación en la economía y el mundo laboral cualificado, en política, acceso a la educación y esperanza de vida”[ix]. En torno al Mayo 2018, al rescate dos preguntas que formula Ximena Goecke: ¿Qué ha posibilitado la emergencia de esta inédita fuerza feminista? Y ¿A qué forma de hacer política nos conduce las formas y el contenido de la movilización feminista?

 Las interrogantes son múltiples.

 

[i] La escalada de denuncias bajo el hashtag #MeToo si bien tiene un perfil más espectacularizante, no por eso dejaremos afuera, son mujeres que, en el ámbito internacional, a su modo, en su realidad denunciaron el acoso sexual y la violencia ejercida sobre ellas, que repercutió acá en Chile en voces de varias actrices.

[ii] [(Ibáñez Carrillo, F., & Stang Alva, F. (2021). La emergencia del movimiento feminista en el estallido social chileno. Revista Punto Género, pp.194–218].

[iii] Jorge Díaz (2018). “Contra la ciencia sexista y su pensamiento heterosexual”. En el libro Mayo feminista. La rebelión contra el patriarcado”. Santiago: Ediciones LOM, 1ª edición.

[iv] Rita Segato (2016). Libro “La guerra contra las mujeres”. Buenos Aires: Ediciones Traficantes de sueño, Licencias de publicación bajo comunes creativos, p.15.

[v] El año 1995 en el Senado chileno, presidido por el DC Gabriel Valdés, se aprobó la palabra “sexo” en vez de “género” y esa fue la propuesta que llevó Chile ese año a la cumbre de Beijing sobre la mujer y votó sexo junto a los países del Islam y el Vaticano.

[vi] La ‘interseccionalidad’ del género con otras desigualdades en la política de la Unión Europea (Revista Española de Ciencia Política. Núm. 23, Julio 2010, pp. 11-302023).

[vii] Kemy Oyarzún (2018). “Mayo 2018: feminismos en clave decolonial”. En el libro Mayo feminista. La rebelión contra el patriarcado”. Santiago: Ediciones LOM, 1ª edición.

[viii] Cunningham, Lucia Guerra (Otoño-Primavera 1986) "Desentrañando la polifonía de la marginalidad: hacia un análisis de la narrativa femenina hispanomericana," Inti: Revista de literatura hispánica: No. 24, Article 4.

[ix] Recuperado de: https://datosmacro.expansion.com/demografia/indice-brecha-genero-global/chile

 

Fechas importantes

Recepción de trabajos: 30 de junio de 2023
Publicación de trabajos: 31 de julio de 2023
Normas para los/as autores/as: Disponibles en el enlace